POR EL NUEVO DIARIO
BANGKOK.- Indonesia, la tercera mayor democracia del
mundo, eligió este año como presidente a Prabowo Subianto, un exgeneral
acusado hace décadas de violaciones de derechos humanos que ganó los
comicios tras lavar su imagen en una campaña favorecida por el apoyo de
su predecesor, el popular Joko Widodo.
La elección de Prabowo supone el regreso de un dirigente con perfil
militar a Indonesia tras la excepción de Widodo, conocido como Jokowi,
el único mandatario del archipiélago que no provenía de los círculos
tradicionales del poder y que gobernó con una elevada aceptación popular
el país en los últimos diez años.
Una década en la que Indonesia, que aún preserva su tradicional
política de no alineamiento, elevó su caché en la escena internacional,
sobre todo cuando en 2022 fue anfitrión del G20, lo que puso a Jokowi al
frente de la primera cumbre global de relevancia tras la pandemia y la
invasión rusa de Ucrania.
Y unos años en los que el boyante archipiélago, la mayor economía del
Sudeste Asiático y el principal productor mundial de minerales clave
como el níquel, ha ido despuntando hasta perfilarse como la posible
cuarta mayor economía mundial en un futuro próximo.
El que fuera en su día bautizado como el «Obama indonesio», por su
perfil original y esperanzador para una Indonesia de democracia aún
incipiente, tras el fin de la dictadura de Suharto (1967-1998), acabó
apoyando en los comicios del pasado febrero a Prabowo, pese a haber sido
su contrincante en las anteriores dos citas en las urnas.
No solo respaldó a quien había ejercido como su ministro de Defensa.
Su primogénito, Gibran Rakabuming Raka, se presentó con Prabowo en
tándem y se convirtió en vicepresidente, lo que algunos vieron como una
argucia de Jokowi para expandir su control en la sombra al impedirle la
ley presentarse de nuevo a una elección.
El dispar archipiélago de más de 17.000 islas y unos 277 millones de
habitantes queda así en el siguiente quinquenio bajo control oficial de
Prabowo, de 73 años, sobre quien pesa un pasado cuestionable pese a
haberse presentado en campaña electoral como un político renovado y
cercano a la juventud bailando en TikTok.
Yerno
del fallecido Suharto, el nuevo presidente indonesio fue jefe de las
Fuerzas Especiales, los temidos Kopassus, cuando fue destituido del
mando en 1998, y posteriormente fue acusado de ser el máximo responsable
del secuestro y tortura de opositores al régimen del dictador, durante
cuyo mandato se produjo la invasión indonesia de Timor Oriental (1975),
en la que murieron unos 200.000 timorenses, según grupos de DDHH.
Nacido en Yakarta en el seno de una familia adinerada e influyente,
el exgeneral nunca fue juzgado, pero las denuncias provocaron que
Estados Unidos le vetara la entrada unos años y que se marchara a vivir a
Jordania una temporada.
A su regreso a Indonesia, el país con más musulmanes del mundo y de
tradición liberal, volvió a la política con un discurso populista y se
acercó a facciones islamistas para las presidenciales de 2014 y 2019, en
las que promovió protestas al alegar que hubo fraude electoral, si bien
en un giro inesperado un pragmático Widodo lo nombró ministro de
Defensa.
Algunos ven en
este matrimonio de conveniencia un posible freno a los devaneos
autoritarios de Prabowo y una garantía para las ambiciones de Widodo,
quien abandonó este año la Presidencia con un índice de aprobación del
75 %, pese a que en los últimos meses fue criticado por su supuesta
intención de querer perpetuarse y crear una dinastía política.
Por el momento Prabowo ha querido dar una imagen continuista, y el
mes pasado viajó a China y EE.UU. y se estrenó en la escena
internacional en Perú y Brasil en las cumbres de la APEC y el G20,
reafirmando la neutralidad de Indonesia, política que definió de
«interés nacional».
Entre otros ejemplos, Indonesia busca el apoyo de China en sectores
como el de los vehículos eléctricos, aspirando a ser una pieza clave de
la cadena de suministro global, y necesita el respaldo financiero de
Pekín para el desarrollo de su nueva capital, Nusantara, que se
construye desde cero en la isla de Borneo para reemplazar a la
problemática Yakarta, el plan estrella de Widodo.
Prabowo se ha comprometido con continuar el proyecto de su antes
némesis y ahora socio, así como con promover la inversión privada en un
país con tradición de nacionalizar sus industrias clave.